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Vio un abrigo olvidado en el museo, se lo llevó y terminó detenida: era una obra de arte


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Ocurrió en el Museo Picasso de París. Los investigadores creen que la mujer llevó la chaqueta al sastre para que la ajustaran porque le quedaba grande.


En una muestra de que el arte contemporáneo ofrece creaciones que a veces cuesta percibir como expresión artística y al mismo tiempo como evidencia de que las medidas de seguridad para prevenir robos o actos de vandalismo pueden ser vulneradas incluso en los espacios más importantes del mundo, una mujer tomó una obra de arte del Museo Picasso de París pensando que era un saco olvidado y la llevó al sastre para ajustarla porque le quedaba grande.

Lo que colgaba de una percha sobre una de las paredes del Museo era una obra del artista catalán Oriol Vilanova que integra la exposición "Picasso à l’image", pero la mujer, de 72 años, no pensó lo mismo cuando ingresó a la sala y vio el abrigo, que terminó descolgando de su sitio para doblarlo, guardarlo en su cartera y retirarse sin que las cámaras ni el personal de seguridad advirtiesen su gesto.

El insólito episodio ocurrió el pasado 7 de marzo pero recién trascendió ahora, según consigna el diario Le Parisien. La "ladrona" volvió al museo semanas después del hurto, en el mismo momento en el que los investigadores habían acudido para recabar pruebas. Los guardias de seguridad alertaron a los agentes de la presencia de la sospechosa y la detuvieron, aunque luego de unas horas, la Fiscalía de París ordenó su liberación.

Lo curioso fue que, aunque el saco volvió a su lugar, tenía 30 centímetros menos de tela, por lo que se cree que la mujer llevó la chaqueta al sastre para que la ajustaran, pues aparentemente le quedaba grande.

La obra en cuestión, titulada “Old Masters”, apostaba a la interacción con los visitantes, quienes podían tocarla, leer las postales que llevaba en los bolsillos y deliberar al respecto. Por esa razón no tenía protección ni sistemas de alarma que impidieran su manipulación.

Localizar a la ladrona no parecía tarea fácil. Las cámaras de seguridad mostraban claramente el momento del robo, pero el problema era que la autora no era una persona conocida en el circuito del tráfico de arte: se trataba de una señora común y corriente, una jubilada francesa sin ficha policial ni historial delictivo.

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